lunes, 24 de octubre de 2016

Vagos poemas


IX - Montaña rusa

La cima, la gloria.
La piel siente las nubes,
y el cielo nunca se vio tan cerca.

Los latidos hacen estremecer todo tu ser,
solo escuchas el bajo que retumba dentro y fuera.

Tiemblas.

Caes.

El movimiento libera las contracciones,
la velocidad corta las cuerdas del cielo y de la tierra.

Libre, pero ¿dónde?
Libre, a la deriva.

La respiración cortada
los latidos superficiales, acelerados.

Caes, extenuada.
Agotada, la sensibilidad reina.
La dulce caricia del sol abraza.

Pestañas caídas, labios sueltos.
Dibujan la vida en el rostro.

VIII - Flotar

Pudiendo volar, a veces preferimos flotar.
Flotar sobre el mar en calma,
flotar con la marea,
y que ella haga con nosotros lo que quiera.
Flotando,
porque el espíritu libre, suelto y entregado al mar no pesa, flota.

VII - ¿Volaré yo?

El abismo, paciente.
Mi sangre corre y corre,
mi sangre, que me empuja al vacío.

Algunos vuelan,
¿volaré yo?
Algunos nadan,
¿nadaré yo?
Algunos duermen,
¿dormiré yo?

No necesito saber,
no hay nada para saber.

Necesito vivir,
en el vuelo,
en el nado,
en el sueño.

VI

Esa creación instantánea,
esa creación vacía,
esa creación inestable.

Deshacernos no podemos,
encerrarnos nos mata.

Crear.
Jugar.
Ser.

III

Rostros abatidos.
Uno, dos, uno, dos, uno dos,
bajo el cielo espejo,
sobre una tierra sin sombras,
olvidada de los constrastes,
olvidada de los ensueños.
Tic, tac... Tic ... Tac ... Tic.
Sin tiempo,
sin luz,
sin vida.

II

Se desintegran y quedan ahí, dispersas en el aire,
disponibles a la visión de quien no puede volar.
Y el espejo dorado de su ventana refleja esa mirada incierta que sus ojos transitan.

I

El frío entumeció sus dedos,
No sentían, no querían,
Se alejaban, se congelaban,
Pero porfiadas,
Como la vida en primavera,
Las palabras salieron a la superficie
Y abandonaron un cuerpo entregado al mar. 

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