Todos, vivamos de la manera que vivamos, sentimos el vaivén
de nuestras emociones, porque la naturaleza nunca se queda quieta en el mismo
estado, y nosotros, como parte de ella, funcionamos de igual manera. Las ganas
de dotar todo de sentido se enfrentaron a una explicación que permite sacarle
el sentido y volver a dárselo, ilimitadas veces, y eso, como todo, tiene sus
vaivenes. Pero esta elegí yo, o mejor dicho, por esta estoy atravesando ahora.
La conjunción de flujos me suelen hacer sentir movimientos cíclicos en mi vida,
en mi día a día, unas ondas que suben y bajan, pero no repitiendo la misma
vivencia sino la misma forma, aunque el contenido cambia. Pero quizás levemente
la forma esté cambiando, pero como se da lentamente, antes de notar el cambio
ya estamos demasiado adaptados como para notarlo. Quizás también ahí haya algo
de “impronta” personal, porque me atrevo a pensar que los períodos de
adaptación a las diferentes realidades puede tomar diferentes formas en cada
uno de nosotros, y probablemente también ocurra que ninguno de los cambios
(que, por cierto, nunca cesan de acontecer) que enfrentamos se dan de la misma
forma, pero están ahí, su existencia es inevitable aunque cambie la forma. Pero
si es así, ¿por qué será que sentimos que hay puntos que revivimos en muchas
figuras diferentes? ¿Será que acaso esos son nuestros puntos límites, son los
que nos dicen “pará acá”? ¿Será que volver efectivamente al mismo punto es no
poder mover ni superar esos límites? ¿Será que en notar los sutiles, leves
cambios que tiene nuestro estado interior cuando se reencuentra con sus
límites, es donde vemos el crecimiento, el continuo efecto del cambio exterior
en el cambio interior, el vínculo entre ellos? Y, ojalá, sea de esas sutiles
percepciones que podemos entender los juegos en los que entran en la partida,
no solo el azar, sino todos los jugadores a los que les demos entrada.
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